Margarita
Publicado en: Naturaleza muerta (2021)
Era una noche cálida en la ciudad. Las estrellas brillaban indiferentes en el cielo despejado. Todo era silencio en los parques, las esquinas, las calles. Y sumida en todo ese silencio, Margarita soñaba. En su sueño, paseaba por un camino amarillo adornado por las más hermosas flores que jamás había visto. Unos pajarillos cantaban sus canciones a la vida y el sueño, pero ella no los podía ver. El cielo estaba teñido de un rosa pálido, acompañado de volubles nubes rojas, amarillas, azules y verdes. Lo que supuso era el sol brillaba en todos lados y una leve briza hacía danzar a toda la naturaleza imaginada que acompañaba su sueño.
Margarita soñaba, y era feliz. Dentro de ella había algo que nunca había sentido; una calidez en su vientre que la hacía sonreír. Algo esperaba, algo hermoso y magnífico que se gestaba en su interior. Un placer maravilloso que nacía en su vientre y se extendía por todo su cuerpo, hasta la punta de sus dedos. Margarita, dormida, caminaba por el sendero que hacia al andar. Ahora, los pajarillos cantaban sus canciones en alabanza a Margarita: a su castaño cabello de princesa, sus ojos brillantes cual luceros, su virginal rostro y sus suaves manos. Todo ello y más, hilvanado en sublime melodía que acompañaba a sus descalzos, hermosos pies al andar. Un arcoíris de rosas rodeaba el camino. Todas liberaban suaves aromas que transportaban a Margarita a los mejores momentos de su vida. El camino seguía, infinito, a través de una cascada que caía desde las nubes hasta un lago turquesa, que a veces era lila, a veces verde.
Margarita soñaba, y en su sueño, una figura vestida de negro y fuego caminaba hacia su encuentro por el camino amarillo. La calidez en su vientre creció y casi podía tocarla. Le hacía cosquillas. Era feliz. La figura caminaba paciente. Su largo saco adornado con fuego bailaba al son de la briza de la cascada.Al tiempo que se acercaban, Margarita descubría las características de la figura, era un hombre: alto y muy, muy pálido, con abundante cabello negro alborotado. Era delgado, con largas extremidades, pero era hermoso. Su rostro de facciones angulosas y exageradas no lograban distraer la atención de sus ojos: eran negros, tan negros como el olvido. A pocos pasos de ella, el hombre se detuvo. Su porte perfecto inspiraba respeto, y sus ojos fijos, negros, llamaban al terror. Margarita también se detuvo, casi congelada. Su corazón estaba excitado por tal encuentro. Había tenido ese mismo sueño muchas veces, pero aquella fue la primera vez que encontraba al caballero.
- Hola, Margarita Cooper – dijo él. Su voz era como la caricia del algodón en una noche estrellada.
Las palabras que Margarita intentó articular se atropellaban en su garganta; sin embargo, pudo calmar el acelerado movimiento de su pecho, y tímidamente, dijo:
- Hola…Buenos días – acto seguido, temblando, hizo una reverencia.
El hombre la miraba fijamente con sus ojos negros. No, no eran del todo negros, pues al mirarlo también muy fijamente, Margarita descubrió que, en medio de la oscuridad, había una luz, luz del color de los sueños.
- ¿Puedo acompañarla mientras camina, Margarita Cooper? – Dijo el hombre – Prometo no hablar al menos que usted lo pida.
Paseaban al lado de la cascada. La tibia briza bañaba ambos cuerpos, alborotaba el cabello de Margarita. Ella no dejaba de soltar risas ocasionalmente. Era feliz. La calidez de su vientre producía tal efecto; pero, sospechaba, que aquel hermoso hombre también tenía algo que ver. Lo miraba sin querer mirarlo, quizá por miedo, quizá por vergüenza. Buscaba algo que le parecía familiar en él, como si lo conociera de otra vida.
- Es un lugar hermoso – las palabras se escaparon de la boca de Margarita.
- El más hermoso lugar, debo decir.
- Yo…yo creo que si – dudó Margarita -. Aunque usted parece muy seguro.
- Lo estoy – respondió -. Al menos, lo es para ti, pues es el paisaje de tus sueños.
Margarita no lo había notado hasta que él lo mencionó, pero tenía razón: era el paisaje soñado. Todo lo que tocaba la vista, desde el camino y las rosas y las nubes y el sol, todo era perfecto para ella. Todo lo que había soñado, hecho a su medida.
- Lo hice para ti.
Un delicado rubor pintó el rostro de Margarita. Agitada, ordenaba las ideas en su cabeza. Ahora, debía impresionar al caballero, y, recordando las cortesías de una dama, que tiempo atrás no empleaba, preguntó, más que nerviosa, decidida:
- ¿Quién es usted? Me refiero, ¿Cuál es su nombre?
- ¿Quién soy? Todos saben quién soy, y están en mí quieran o no. Sin embargo, pocos han podido conocerme. En cuanto a mi nombre, he tenido miles a lo largo del tiempo y del espacio. Para ti, soy Sueño de los Eternos.
- Es un placer, Sueño de los Eternos – dijo Margarita, y repitió la reverencia.
- El placer es todo mío, Margarita Cooper.
- ¿Cómo es que sabes mi nombre?
- Conozco muchos nombres.
Caminaron en silencio por un campo de tulipanes que crecían en la nieve. El horizonte estaba delineado por una cordillera blanca, brillante como la luna. Las nubes andaban perezosas en el cielo. Todo era tranquilidad y armonía en el sueño de Margarita. Sintió que la cosa maravillosa en si vientre se movía de felicidad. Respiró profundamente, y el aire perfumado del campo infló su pecho. Los pajarillos cantaban sus canciones a la magnífica tierra del sueño, donde todo era posible.
Margarita soñaba, y en su sueño, preguntó:
- ¿Nos hemos visto antes?
- Tú a mí, no; pero yo a ti, sí.
- ¿Acaso me has estado espiando? – preguntó ella, con una amplia sonrisa, casi coqueta.
- Si. Tenía que hacerlo. Tienes algo que es muy importante para mí.
- ¿Y qué es eso tan importante? – preguntó Margarita, con una mezcla de emoción, nerviosismo y vergüenza: toda una chica enamorada.
- El niño que crece en tu vientre es mi hijo.
- ¿Qué? – se detuvo sorprendida. Estaba, como se dice, fría.
- El niño que nacerá de ti, es mi hijo.
-No, te equivocas. No hay ningún niño dentro de mí. Yo soy…
- ¿Virgen? Si, lo eres; y no lo eres. No de una forma que puedas comprender. Hay cosas que no sabes, Margarita Cooper, y es mejor así.
- No. Mientes…No es posible.
- Que no lo entiendas no significa que no sea posible. No sabes cómo funciona un asistente de oxígeno, y mírate.
- ¿A qué te refieres? – Margarita temblaba.
- No puedo decirte más, Margarita Cooper. Lo siento.
Tibias lágrimas de ira brotaron de los ojos brillantes de Margarita. Ahora, de tristeza; ahora, de vergüenza. Con fuerza, estiraba su vestido, que era suave como la arena. Lo retorcía, rasgaba, jalaba mientras lloraba, y las lágrimas vivían en sus pálidas mejillas. Quería gritar, increpar a Sueño de los Eternos por las cosas que dijo pero tenía un nudo en la garganta que no le permitía soltar sus lamentos. Lo sentía, sentía algo maravilloso, increíble: en su vientre llevaba al heredero del sueño.
- No te preocupes si no lo quieres – dijo Sueño -, me lo llevaré cuando nazca.
Ahora, otra vez la ira. Algo se encendió en el pecho de Margarita. Ese niño que tenía en su interior, no sabía cómo, ni porqué, pero ya lo amaba, era parte de ella. Nadie se lo quitaría.
- ¡Nunca te llevaras a mi hijo! – gritó.
- Pensé que no lo querías.
- No te lo llevarás. Nunca…
- Así tiene que ser, Margarita Cooper.
- No. Primero tendrás que matarme. – se dio la vuelta y empezó a correr.
Sus lágrimas, amargas, morían en sus rojos labios. Otras, volaban tras ella y se perdían en el sueño. Corrió tan rápido como sus delicadas piernas le permitieron. Las sentía pesadas, cansadas, como si en mucho tiempo no las hubiera usado. Tropezó con sus propios pies y cayó al suelo, el cual era suave, tan suave, que invitaba al descanso. Sueño de los Eternos estaba de pie frente a ella.
- Hermosa niña, no puedes evitarlo.
- ¡No! – gritó Margarita, tanto como su cuerpo le permitió.
Fue un grito que nunca hubiese podido articular despierto alguno, pero la ira y la pena se fundieron en ese lamento intentando evitar el trágico destino de su hijo, lejos de su madre. Ante tal grito, todo el hermoso paisaje del sueño tembló, hasta casi desmoronarse. Los pajarillos cantaban melodías inarticuladas, las flores se marchitaron, el cielo rugió mientras el camino se partía, dejando en libertad bichos e insectos que solo habitan en la oscuridad. Todo ello, mientras el grito se prolongaba. El sueño, por un instante, se convirtió en pesadilla.
Llorando, Margarita preguntó:
- ¿Por qué a mí? ¿Por qué yo?
- Porque tú eres especial, Margarita Cooper. Estará mejor conmigo, en el Mundo del Sueño, que contigo en el Mundo Despierto.
- Llévame a mí también – suplico Margarita -. Por favor, llévame contigo.
- Lo que me pides es imposible, Margarita – dijo Sueño y se acercó a ella a ella, quien seguía en el piso.
- Por favor…- susurró. Y en aquel susurro, en cada letra articulada, el dolor de una madre que, inexorablemente, perdería a su hijo.
Sueño de los Eternos tomó el brazo de Margarita, y lentamente la levantó. Ella se resistía entre sollozos. Quería a su hijo, lo amaba. Me lo llevaré cuando nazca, había dicho Sueño. ¿Y si nunca nace? En ese momento, Margarita vislumbró el suicidio como una alternativa. Así podría estar con su hijo, para siempre. Sería fácil hacerlo al estar despierta, él no lo podría evitar. Más temprano que tarde, se dio cuenta que amaba vivir, y que si Sueño de los Eternos quería llevarse a su hijo, debía ser importante. Mi hijo hará grandes cosas, se dijo, y eso, de alguna forma, apaciguó su dolor.
Se puso de pie, sus piernas temblaban.
- Nuestra garla ha terminado – dijo Sueño y agregó - ¿Hay algo con lo que te gustaría soñar, Margarita Cooper?
- Con mi hijo – fue la tajante respuesta de Margarita, quien no dudó en reafirmarlo -. Con mi hijo.
- Que así sea.
Sueño de los Eternos metió una mano bajo su abrigo, y como en un acto de prestidigitación, sacó una bolsita de tela azul que encajaba perfectamente en su mano. La sostuvo en su palma y con la mano libre, que introdujo en la bolsa, extrajo un puñado de arena. Un pequeño montoncito de perfecta arena, brillante como el sol, suave, quizá, como las nubes. Con un movimiento rápido tiró la arena a la cara de Margarita, quien al instante fue sumergida por las fuerzas oníricas en otro sueño.
Margarita soñaba, y en su sueño, tuvo una vida feliz con su hijo. Fue la madre más afortunada del mundo.
Margarita soñaba, y en el mundo despierto, Sueño de los Eternos la observaba soñar. Ella era, sin duda, feliz, la sonrisa en su rostro la delataba. Sueño tenía asuntos que atender, sueños que arreglar, desgracias que evitar. Pero si algo le enseñaron sus incontables años de vida, fue que siempre había tiempo para admirar los milagros del sueño. Un gélido viento corrió por la estancia, moviendo las cortinas como si de una tormenta se tratase; pero al instante, se desvaneció.
- Es hermosa. – dijo Muerte, acercándose a la cama.
- Hola, hermana. – respondió Sueño.
- ¿Un hijo? – preguntó Muerte, poco sorprendida en realidad.
- Yo tampoco lo entiendo.
- Luego representará un problema. Para ti, para todos.
- Por eso me encargaré de él lo más rápido posible.
Muerte estiró una mano hacia el rostro de Margarita, dormida, y arregló un mechón de su cabello castaño, que tapaba su rostro, poniéndolo tras su oreja.
- Déjala morir. Será más fácil y seguro.
- No, tiene derecho a vivir. Esto no es su culpa. Yo encontraré el porqué.
Muerte rio socarronamente y se dirigió hacia la puerta, dejando a Sueño frente a la cama.
- Aun eres muy sentimental, hermanito.
Otra vez estaba solo en la habitación oscura. El sonido constante de las maquinas llenaba el vacío que las palabras de Muerte habían dejado. El ala este del Hospital General estaba casi desierta en esa época del año. La sonrisa en el rostro somnoliento de Margarita era más marcada. La vida con su hijo era todo y más de lo que había deseado.
- Buenas noches, Margarita Cooper, y dulces sueños.
Margarita soñaba, y en el mundo despierto, estaba sola, en un frío hospital; pero, en su sueño, era feliz.