El extraño
Publicado en: Naturaleza muerta (2021)
Había tenido un día largo, lleno de trabajo; ir de aquí para allá, una rápida visita al hospital y un horrible almuerzo. Sin embargo, ya había llegado a casa, y deseaba, con todos sus fuerzas, descansar.
Luego de una rápida cena acompañada del silencio de su madre y su hermano, fue a su cuarto, el cual daba a la calle. Parecía una habitación abandonada. Todas las piezas estaban cubiertas de una gruesa capa de polvo a pesar de que dos días antes lo había limpiado todo. Era una molestia para él tener que limpiar cada semana, pues su habitación daba a la calle, una calle sin asfalto, un desierto al otro lado de la puerta de vidrio.
Se cambió la ropa sin prisa, sacudió la cama por si algún bicho se había colado en ella durante el día. Una última ojeada a su celular, y se quedó dormido. Era de madrugada cuando abrió los ojos, algo aturdido. Su cabeza estaba caliente y veía manchas por la habitación, las paredes y el piso. Le dio poca importancia al fenómeno óptico, pues le pasaba seguido. Pero luego vio algo, una inconfundible silueta al otro lado de la puerta de vidrio. Una figura negra apoyada en la puerta, viendo hacia adentro. Estaba asustado. Se había imaginado ese episodio muchas veces, pero solo como algo lejano, brumoso. Ahora, era real, alguien lo miraba desde afuera de su cuarto.
Pensó, lo mejor que pudo, en qué hacer. Llamar a su papá, a su mamá, a su hermano: todas eran opciones válidas, pero difíciles de llevar a cabo. Se levantó un poco, sin hacer ruido, hasta casi sentarse en la cama. Su cuerpo estaba rígido por el miedo, y sus movimientos eran torpes. Por su cabeza cruzó la idea de que fuera uno de sus amigos jugándole una broma. Sabían que era un poco nervioso, aunque a juzgar por la hora, era poco probable. Ni siquiera el más entusiasta de sus amigos habría tenido suficiente voluntad para hacer tal broma. Se armó de todo el valor que pudo, y preguntó con un balbuceo: “¿Quién está ahí?”. Pensó en enumerar a sus amigos, por si era alguno de ellos el que lo observaba por la puerta. Sin embargo, apenas pudo abrir la boca, pues la figura al otro lado retrocedió un par de pasos y echó a correr.
Por largo rato se quedó inmóvil, sentado en la cama y la mirada fija en la puerta de vidrio.
Lo siguiente que pudo recordar fue que ya era de día. Apenas si recordaba que alguien lo había visitado la noche anterior, y si lo recordaba, era más un sueño. Se levantó y se vistió, pensando en el sueño que tuvo, pero sin darle mayor importancia. Luego, fue otro día común en su vida.
Ya no había pensado en su sueñoen todo el día, hasta que se despertó agitado en medio de la noche. Otra vez las manchas que pintaban la habitación aparecieron. Todo fue igual a la noche anterior, incluso la silueta que lo observaba por el vidrio de la puerta. Ahí, pues, recordó que lo mismo había pasado la noche anterior. Respiraba de manera escandalosa, fijos los ojos en la cara de la figura negra. No podía distinguir ninguna de sus facciones, pero se las imaginaba: unos ojos grandes llenos de locura, una boca torcida de dientes podridos, una nariz magullada, dedos delgados casi esqueléticos. La intensa luz amarilla de los postes de la calle le cubria la cara de sombras, y en esa luz se dibujada el rostro horrible del extraño. Cerró los ojos con fuerza, pues esa imagen, el rostro volando en la luz, le produjo una fuerte presión en el estómago. Su cabeza le dolía, una punzada en el cerebro. “¡Largo de mi puerta, mierda!”, gritó al sentir el rostro que le respiraba en la nuca. La silueta retrocedió lentamente. Dentro, él tomó un libro que estaba en su mesa de noche y lo arrojó a la puerta. Fue un golpe seco que hizo crujir uno de los vidrios. La silueta al otro lado se asustó por el golpe y escapó. Fue corriendo al baño y vomitó.
A la mañana siguiente se quedó en cama hasta muy tarde. Todo lo demás había quedado en segundo plano. La sensación de sentirse observado invadió su cuerpo y lo hizo enfermar. Pasó el día descansando. Apenas comió y no habló con nadie fuera de casa. Llegada la noche, se resistía a dormir. Se mojaba la cara constantemente, le pidió a su hermano dormir con él, maquinó dormir en el sofá. En su desesperación, limpió su cuarto de arriba a abajo. Retiró todas las capas de polvo que se habían acumulado en cuatro días de no hacer limpieza, y le pareció que el polvo no solo entraba por la puerta de vidrio, sino también por las paredes, el techo y las esquinas de la habitación. Luego se dio un baño frío, pero ya se moría de cansancio. Rendido, se dejó caer en la cama y se quedó dormido.
Abrió los ojos de golpe. Se obligaba a sí mismo a no ver hacia la puerta de vidrio, pero lo sabía, sabía que la silueta estaba ahí, observándolo desde la noche lejana. Se levantó de la cama, como quien no quiere que lo escuchen, dispuesto a hacer algo. La silueta siguió su movimiento mientras aquel salía del cuarto. Fue a la cocina, tanteando las paredes para no tropezar y tomó la escoba. Regresó al cuarto, deseando que la silueta se hubiese ido, pero desde la puerta, pudo verla, apoyada en los vidrios sucios, obsevándolo. Tomó sus llaves y fue a la puerta principal. Ya no tenía miedo, estaba enojado. Abrió la puerta que daba al jardín, caminó rápido a la puerta que daba a la calle. Su mano se congeló en la última vuelta de la cerradura. Temblaba. Agarró con fuerza la escoba y abrió la puerta. Afuera no había nadie. Examinó el perímetro, buscando alguna presencia, pero no había nadie. Estaba aliviado, pues aunque no era un cobarde, no quería pelear con nadie, mucho menos con un desconocido. Caminó hacia la puerta de vidrio, siempre alerta, buscando sin saber qué. Sí que me dio un susto, pensó, casi con diversión. Entonces, escuchó un ruido desde el otro lado de la puerta de vidrio. Pensó que quizá lo habían escuchado salir y habían ido a ver qué pasaba. Se apoyó en la puerta para ver mejor, pues la luz de afuera no era muy fuerte. Estupefacto, vio que alguien se levantaba lentamente de la cama, y miraba nervioso hacia la puerta de vidrio. Vio como ese individuo apenas si respiraba por el miedo, vio como evitaba hacer ruido. Sin dejar de ver hacia la puerta de vidrio, el de dentro, tomó un zapato con movimientos torpes. Todo eso lo vio desde afuera. Y la voz que dijo: “¡Fuera de aquí!”, era su voz. Escuchó el crujir de un vidrio que había sido golpeado por un zapato. Dio un par de pasos hacia atrás y se fue corriendo.